Mejores decisiones proyectándose al futuro

Es bien sabido que las primeras semanas después de la compra de un automóvil o de una casa suelen resultar estimulantes, vigorosas. Es el momento en que se considera la imposibilidad de detener el tiempo y se formula la pregunta de ¿cómo es que no lo hice antes? Asimismo, se intenta dibujar el futuro que está aún por escribir. Seguir esa hoja de ruta es la parte más compleja. A medida que avanza el calendario, algunas resoluciones se desestiman y los hábitos anteriores emergen nuevamente.

Sabemos que esto sucede, y más aún creemos saber el porqué. Después de todo, la fuerza de voluntad necesaria para postergar la gratificación o recompensa en interés de un beneficio futuro abstracto da paso a la tentación. ¿Cuántas veces, al celebrar la llegada del año nuevo, nos hemos formulado y auto prometido una serie intencionada de mejoras (abandonar algún hábito, buscar el éxito profesional, ser más feliz). Ensoñamos cambios positivos para nuestras vidas, aunque en ocasiones se plantea con objetivos vagos o poco realistas. Esa tendencia de “disfrutar de glorias proyectadas” basadas en objetivos grandilocuentes y en la imaginación de su logro, produce una desmotivación para alcanzarlos debido al sentimiento de que estos sueños proyectados, por arte de magia, ya se han hecho realidad.

Además de estos obstáculos, podemos estar bloqueados por la incapacidad de ver con claridad nuestro propio futuro, que se afectará por las decisiones defectuosas que adoptamos en la actualidad. Por el contrario, se tiende a predecirlo como si se tratara de personas diferentes, personas cuya felicidad es menos importante que la nuestra en el propio presente.

Las investigaciones sugieren que las personas muestran los mismos prejuicios cuando se imagina el propio futuro que cuando se refieren al de otra persona (por ejemplo, mayor atención a características estables y menor atención a factores situacionales) y que los patrones de activación cerebral durante los pensamientos del propio futuro son similares a los que corresponden a los pensamientos sobre el futuro de otra persona.

Cuando el futuro se siente extraño, ajeno, más allá de la extensión de uno mismo, resulta difícil imaginar cómo terminarán afectando las decisiones y acciones del momento. Las investigaciones demuestran que aquellas personas que están menos conectadas con su propio futuro son más propensas a desarrollar comportamientos poco éticos, a ahorrar menos dinero, a valorar las recompensas inmediatas más que las de largo plazo (aún cuando sean más importantes) y a desarrollar comportamientos impulsivos de consumo.

Sin embargo, la paradoja puede que sea más compleja y personal. Parecería que lo que realmente hace difícil mantener las decisiones se debería a la incredulidad en el propio futuro proyectado a cinco, diez o veinte años. Es un concepto anacrónico, ya que después de todo la persona vive en el mismo cuerpo y está recubierto por la misma piel a los 20 que a los 70 años. Pero, a nivel emocional, puede que se observe al yo distante como si se tratara de otra persona.

Es evidente que a muchos les cuesta identificarse con el tipo de persona que serán en el futuro y, por lo tanto, con las recompensas que les beneficiarán a largo plazo. Sin embargo, breves exposiciones a imágenes de uno mismo envejecido pueden cambiar ese comportamiento. Investigaciones usando resonancia magnética funcional (RMIf) han demostrado que los patrones neuronales cuando se describe a uno mismo proyectándose 10 años en el futuro son distintos de cuando la descripción se vincula al presente.

Para el experimento se utilizaron fotografías de los participantes en la investigación con el objetivo de suministrarles imágenes vívidas de sí mismos envejecidos. Mediante un software se crearon avatares digitales, muchos de los cuales fueron envejecidos con papadas, bolsas oculares, arrugas y pelo canoso. Usando Google y sensores, los participantes exploraron un entorno virtual y se visualizaron en espejos que reflejaban tanto su aspecto actual como su avatar envejecido. Luego se les solicitaba disponer de 1.000 dólares para cuatro opciones: comprar algo hermoso para alguien especial, invertir en un fondo de pensiones, planificar un acontecimiento divertido o depositar el dinero en una cuenta corriente.

Las personas expuestas a su avatar envejecido invirtieron prácticamente el doble en su fondo de pensiones que los demás. Luego se expuso a algunas personas  a que vieran los avatares de terceras personas para investigar si afectaba a sus decisiones. Se demostró que el impacto era nulo. Sólo aquellos que se vieron a sí mismo envejecidos estaban más dispuestos a favorecer las recompensas de largo plazo.

Algunos proyectos se están enfocando en programas de adelgazamiento. A las personas se les presentan sus imágenes futuras a cuerpo entero, para demostrar cómo la buena dieta y la práctica de actividad deportiva puede mejorar su imagen. También se preven aplicaciones para tratamientos orientados al abandono del consumo de tabaco. En lugar de enseñar órganos enfermos o desconocidos con traqueotomías, se expondrán imágenes  deformadas de sus propios cuerpos y rostros como consecuencia del hábito de fumar. Estudios similares se orientan a temas vinculados con la protección y cuidado de la piel.

Los hallazgos sugieren lo útil de pensar en nuestro futuro como en el de una persona que nos ocupa y preocupa, más que sentir autointerés sobre una personalidad que no nos representa o nos resulta ajena.

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El Autor

Roberto Álvarez del Blanco

Es una de las principales autorida- des internacionales en marketing y estrategia de marca. Profesor del IE Business School.

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