El cerebro humano actúa como una cámara digital
El cerebro posee un sofisticado procesador de imágenes. Recientemente se ha descubierto que la parte del cerebro en la que se procesan las imágenes funciona como una cámara digital. El núcleo geniculado lateral del tálamo cerebral, que recibe las imágenes tras pasar por la retina, está formado por un conjunto de pixeles y la resolución de la imagen que proporciona el ojo al cerebro está limitada por el número de éstos.
Los circuitos neuronales que forman el núcleo del cerebro interpolan para obtener una imagen retiniana con mayor número de pixeles y, por lo tanto, mayor resolución aparente, lo que permite al cerebro incrementar el tamaño de la imagen retiniana antes de proceder a un análisis detallado. Incrementar la resolución por interpolación es algo habitual en el tratamiento de imágenes, aunque este proceso tiene una deficiencia: reduce el contraste local, lo que hace que las imágenes se vean desenfocadas. En el caso de las cámaras, un filtro es suficiente para solucionar este problema, aumentar el contraste local y disimular la falta de enfoque.
Lo que se ha descubierto es que la relación entre los dos tipos celulares principales del tálamo, dos masas esféricas de tejido gris, situadas dentro de la zona media del cerebro, permite compensar los efectos adversos de la interpolación de la misma manera que lo haría una cámara digital.
Por medio de modelos matemáticos los investigadores han deducido que los circuitos de la retina y el tálamo implicados en estas dos operaciones (interpolación e incremento del contraste local de las imágenes visuales) se generan durante el desarrollo embrionario.
La única limitación es la cantidad de cable utilizada para conectar la retina con el cerebro que es la mínima necesaria para generar un circuito funcional.
Esa necesidad de mantener el tamaño del ojo lo más reducido posible y la longitud de axones o cables que lo unen con el cerebro lo más corta posible es lo que limita el número de píxeles que tiene el ojo.
La razón es que, aunque un mayor tamaño del ojo mejoraría la calidad y resolución de la imagen, lo haría a costa de incrementar el gasto metabólico y el espacio requerido para enviar esa información visual al cerebro.
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