El mundo que ven los ricos es diferente
La forma en que veamos el mundo dependerá de la cultura originaria de cada uno, en sentido granular aquella experimentada segundo a segundo. Por ejemplo, si a un occidental y a un oriental se les presenta la misma escena visual, el primero estará más propenso a centrarse en los objetos individuales, mientras que el segundo considerará a la escena en su conjunto. Los orientales se caracterizan por un pensamiento más holístico, mientras que los occidentales somos más analíticos.
Lo mismo sucede con las personas de un mismo país, pero que pertenecen a diferentes clases sociales. Con el 1% de la población norteamericana ganando 81 veces más que el promedio del 50% inferior, recientes investigaciones han demostrado que los ricos y la clase trabajadora viven en culturas distintas, y ven al mundo en forma muy diferente.
Una reciente investigación reunió a 58 participantes para realizar un estudio de imágenes del cerebro. En primer lugar, los participantes cumplimentaron un formulario donde describieron su clase social (nivel educativo de los padres, ingresos familiares, residencia habitual, entre otros) antes de iniciar las sesiones para el estudio por electroencefalografía (EEG). En el experimento, a los participantes se les mostraron imágenes de rostros neutros y angustiados mientras se les requería que mirasen algo más (los rostros eran una distracción en el argot científico para que fuera imposible asociar que se estaban investigando los niveles de empatía).
Irónicamente, los representantes del estatus socioeconómico superior se autocalificaron como más empáticos, cuando la realidad es lo contrario. El resultado demostró que las personas que tienen un estatus socioeconómico más elevado disminuyen sus respuestas neuronales por el sufrimiento de los demás. Este hallazgo sugiere que la empatía, o al menos algunos de sus componentes, disminuye en aquellas personas de ese estatus. Por el contrario, hay evidencia que las personas de las clases sociales bajas tienen un sistema de neuronas espejo más sensibles que se estimulan al presenciar experiencias de terceros.
En un estudio reciente celebrado en la Universidad de Nueva York se ha podido medir la sintonía con personas o acontecimientos mediante tres experimentos diferentes. En el primero se interceptaron aleatoriamente a 61 personas en las calles de la ciudad, se les solicitó que se colocaran las gafas de Google y que caminaran por un minuto, mirando hacia todo aquello que pudieran captar (los participantes de clase alta realizaban observaciones más breves). En el segundo experimento, se reclutó a un total de 158 estudiantes para que mirasen 41 fotografías de ciudades diferentes. Aquí, los participantes de la clase baja tuvieron un tiempo de exposición un 25% mayor que los de la clase alta. En un tercer experimento, alrededor de 400 participantes reclutados online determinaron si las personas íconos presentadas, o los objetos representados, cambiaban en fracciones de milisegundos. Consistentemente con otros resultados, los integrantes de las clases bajas fueron más capaces de percibir los cambios en los rostros que los participantes de la clase media y alta.
Los resultados demostraron cómo la cultura de las clases sociales puede influir la atención social (atención hacia las demás personas) en forma profunda y generalizada. Evidentemente, la clase perfila la “ecología” en la que uno crece, y sobre ella se estructuran los hábitos y la atención.
Hay numerosas interpretaciones sobre el porqué las personas de la clase baja sintonizan y se sensibilizan más con las personas de su entorno. Podría deberse a que crecer con escasez requiere de dependencia y confianza en los demás. También que al vivir en entornos más inseguros sea necesario estar atento a lo que hacen los demás para estar a salvo.
Las personas de mayor estatus se centran en sus propios objetivos y deseos, ignorando algo más al resto porque pueden permitírselo. Cuando se tiene mayor poder y estatus podría ser innecesario preocuparse por lo que piensan o sienten los demás. Asimismo, las personas que se desenvuelven en entornos con escasos recursos, dónde los acontecimientos resultan algo impredecibles y hasta peligrosos, será más natural prestar atención a los demás, a cómo sienten y a cómo actúan.
En gran medida el privilegio genera invisibilidad; también modela lo que es visible.
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