Consecuencias de la pobreza en el cerebro infantil
El cerebro se forma en el vientre materno. A media que el embrión se desarrolla hacia el estado fetal, algunas de sus células se convierten en neuronas, organizándose en una red y formando la primera sinapsis, “el cableado eléctrico” del órgano. A los cuatro o cinco meses de gestación, el cerebro ya cuenta con el cortex y comienza a desarrollar sus característicos pliegues, que se hacen más pronunciados luego del nacimiento. No es hasta que el niño inicia su tránsito por su infancia cuando la estructura alcanza altos niveles cognitivos. La fuerza de voluntad, el auto control emocional y el proceso de decisión comienzan a florecer. Este proceso continúa durante la adolescencia y se consolida durante la primera década del periodo adulto.
Recientemente, algunos neurocientíficos se han interesado por investigar un nuevo accidente en la construcción del cerebro, vinculado con la neurotoxina provocada como consecuencia de la pobreza.
Las condiciones que caracterizan a la pobreza y que han sido consideradas pueden provenir de la masificación familiar, alimentación deficiente, exceso de ruido, inadecuada calidad habitacional, separación de los padres, exposición a la violencia doméstica, desintegración familiar, u otras formas de estrés extremo. Sin duda, pueden constituirse en generadores tóxicos durante el desarrollo del cerebro, igual que el consumo de drogas o el abuso de alcohol. Estas condiciones provocan que el organismo segregue hormonas como el cortisol, que es producido en la corteza suprarrenal. Niveles reducidos de cortisol contribuyen a que el individuo maneje las situaciones difíciles, pero un elevado nivel de estrés y prolongado en el tiempo produce resultados desastrosos.
En el periodo de gestación, la hormona llega al feto a través de la placenta, por lo que potencialmente la madre ejerce una influencia en el cerebro de su bebé pudiéndolo alterar a través de sus propios circuitos neuronales. Más tarde, a medida que el niño crece, el cortisol producido por su propio organismo pude continuar saboteando el desarrollo de su cerebro.
Un estudio realizado por un grupo de investigadores de nueve universidades y hospitales analizó a más de mil niños, les tomó muestras de ADN y realizó escáneres del cerebro mediante resonancia magnética funcional. Asimismo, consideraron datos sobre los niveles de ingresos de sus familias y antecedente educativos, y los sometieron a una serie de pruebas de habilidades y memoria de lectura. Las muestras de ADN permitieron a los científicos establecer los factores de influencia de la herencia genética, y observar con mayor detalle cómo el estatus socioeconómico afecta al desarrollo del cerebro.
Los escáneres se enfocaron sobre la totalidad de la superficie del cerebro, determinada en parte por la profundidad de los pliegues en la corteza, y en el tamaño del hipocampo que almacena la memoria. Como se presuponía, el mayor nivel educativo en las familias se corresponde con niños con mayor tamaño del área de la corteza, y mayor volumen del hipocampo. Pero el nivel de ingresos tiene su propio efecto distintivo: los niños que viven en el nivel inferior de ingresos presentan una corteza menor de hasta un 5 o 6 por ciento que los niños que se desarrollan en niveles mayores de ingresos. En el nivel inferior de ingresos, pequeños incrementos del nivel económico de las familias se puede corresponder con mayores diferencias en el cerebro. En los niveles medios y superiores de ingresos, la curva se suaviza con estas diferencias. En otras palabras, la riqueza puede suministrar un mejor cerebro, mientras que la pobreza da como resultado cerebros más débiles.
Una persona cuyo cerebro se haya afectado por esta situación puede sufrir a largo plazo serias dificultades cognitivas y de comportamiento. Un reciente estudio realizado a fetos mediante imágenes de ultrasonido ha demostrado que éstos mueven más sus labios y se tocan la cara cuando su madre esta estresada o cuando fuma, lo que demuestra un signo de retraso en el desarrollo del sistema nervioso. En otro estudio, realizado a lo largo del tiempo por neurocientíficos de cuatro universidades, se escaneó el cerebro a un grupo de jóvenes de 24 años de edad pudiéndose documentar que en aquellos que habían vivido en estado de pobreza a la edad de 9 años los centros del cerebro vinculados a las emociones negativas mostraban actividad con mayor frecuencia. Reiteradamente, se ha demostrado que el estrés en la infancia produce depresión, enfermedades cardíacas y adicciones de diversa índole durante la madurez.
En la última década, el consenso científico ha sido claro: la pobreza perpetúa a la pobreza, generación tras generación, por su impacto dañino en el cerebro. Instituciones públicas han comenzado a trabajar sobre este problema para promover medidas paliativas que puedan romper este ciclo perverso, incluyendo mejores cuidados pediátricos y prenatales, y mejor acceso a programas previos a la educación primaria. Asimismo, se sugiere la conveniencia de modificar ciertas leyes que penalizan el consumo de drogas durante el embarazo, ya que el castigo con arrestos y encarcelamiento perjudica enormemente al “sistema se respuesta del estrés maternal”.
La cuestión es que ahora la ciencia está tratando de reorientar los conceptos (incluso morales) de paternidad y pobreza, haciendo que cada vez sea más provocador asociar a hijos problemáticos con padres problemáticos.
Desarrollar cerebros sanos sería la solución adecuada, y para ello habría que afrontar el problema con sabiduría.
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