El cerebro de vacaciones
En estas fechas, decenas de millones de personas en el hemisferio norte disfrutan de las vacaciones de verano. Cuando finalicen, a los pocas semanas de regreso a la rutina habitual, lo único que queda es la memoria, la de lo ocurrido y la de las emociones provocadas por lo experimentado. Como las vacaciones generan importantes gastos, traslados y dudas sobre el destino podría ser que en unos años más veamos surgir un nuevo concepto que elimine molestias. Se trataría de una agencia de viajes emocionales especializadas en implantes que instalan un microchip en el cerebro para crear memorias de vacaciones paradisíacas.
Esta posibilidad comenzó hace once años, cuando Christof Koch, director científico del Instituto Allen de Ciencias del Cerebro, anticipaba que ¨los implantes cerebrales de hoy se encuentran en el mismo punto que la cirugía ocular láser dos décadas atrás¨. Posteriormente, la científica Michele Tagliati, del Hospital Cedar-Sinai, dió un paso enorme al utilizar electrodos para borrar memorias traumáticas o curar desórdenes mentales en pacientes. Muchos expertos comenzaron a investigar entonces si era posible no sólo borrar memorias, sino implantar nuevos recuerdos. Uno de los que logró responder afirmativamente a esta incógnita fue Ted Berger, de la Universidad del Sur de California. Por medios de electrodos consiguió estimular el hipocampo (donde se alojan los recuerdos) para crear emociones falsas.
Básicamente el mecanismo era el mismo que el de los implantes cocleares, neuroprótesis que capturan el sonido con un micrófono y estimulan el nervio auditivo permitiendo que el cerebro interprete los sonidos.
Una vez que se consiguió modelar en un ordenador un cerebro humano, a partir del Blue Brain Project europeo y de la iniciativa Brain, de Estados Unidos, las neuroprótesis facilitaron la estimulación de las áreas implicadas en el resto de los sentidos. El conocimiento se amplió cuando desde el Instituto Kavli desentrañaron el proceso que hace que el olfato desencadene recuerdos.
Así comenzaron a surgir lo que desde el Hospital General de Massachusetts denominaron ¨interfaces afectivas cerebro-ordenador¨, dispositivos que alteran nuestras emociones y se graban en la memoria.
Este es el momento en que los viajes a la carta se convirtieron en una realidad. Se implanta un microchip en el que se estimulan los sentidos y las emociones, convirtiendo la memoria en experiencia: un atardecer en un restaurante a la orilla del mar, la escalada al Kilimanyaro a un volcán activo, un viaje a otro planeta o un safari en la jungla, con el miedo, la incertidumbre y la sorpresa propios de esos destinos.
Indudablemente, lo que hace interesante un viaje es poder compartirlo. Eso también es posible gracias al ingenio desarrollado por la investigadora Marianna Obrist de la Universidad de Sussex. Esta experta en neuroestimulación y tecnología fue la que creó la hoy habitual caja Ultrahaptics, un cubo que transmite emociones por medio de corrientes de aire proyectadas hacia diferentes zonas de la palma de la mano, felicidad, tristeza, alegría o miedo pueden compartirse por este medio. Así, se puede sentir lo mismo que experimentaron familiares o amigos que regresan de sus vacaciones.
Atrás quedan las reuniones donde se compartían fotografías y relatos o anécdotas de los viajes vividos por otros. Ahora podemos sentirlos igual que su lo hubiéramos vivido en persona.
Los viajes de turismo atraviesan un crecimiento significativo. Según una nota reciente del New York Times, en 2012 se contabilizó un récord de mil millones de viajes al exterior, y muchos más realizaron desplazamientos internos, contribuyendo con un total de 7,6 trillones de dólares a la economía mundial. Asimismo, la UNWTO (The United Nations World Tourism Organization) proyecta que para 2030 el turismo alcanzará el impresionante número de 1,8 mil millones de viajes al año.
En este contexto, muchos están empezando a preguntarse por los costos asociados a esta impactante movilización de gente y recursos, desde el cambio climático hasta la migración, la conservación de los sitios de interés, e inclusive cuestiones como el impacto social en las comunidades y el creciente descontento de los locales. Como explica Elizabeth Becker, autora del libro Overbooked: The Exploding Business of Travel and Tourism, los países están empezando a prestar atención a este tema, debido a las reacciones cada vez más refractarias ante las hordas de turistas, en particular en Europa y Asia.
La creciente demanda también se caracteriza por el surgimiento de nuevos formatos turísticos. Uno de estos conceptos novedosos se refiere al turismo catástrofe (dark tourism), en escenarios de desastres naturales y de actos terroristas, de pobreza y violencia de traumas históricos. El exotismo de los viajes alcanza un nuevo nivel y abre preguntas sobre los medios de procesar las tragedias colectivas (experiencias inolvidables).
El marco general del turismo catástrofe origina una industria que crece a ritmo exponencial, beneficiada por la accesibilidad en los costos, la mejora en los medios de transporte y el avance tecnológico en general. Pasar una noche en una cárcel histórica, dar un paseo a través de la favela más pobre y peligrosa de Río de Janeiro, buscar las huellas del huracán Katrina en Nueva Orleans, visitar la central nuclear de Chernobyl en Ucrania, o participar en un juego de espías en la ex frontera soviética, son sólo algunos ejemplos de las ofertas que atraen a numerosos ¨exploradores¨ de experiencias fuertes.
Estos contextos son favorables para reunir distintas tecnologías: realidad virtual y neuroestimulación. La oferta de fuertes emociones turísticas a la carta que realizarán las agencias de viajes emocionales se enriquecerá sustancialmente en los próximos años gracias a este encuentro tecnológico.
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