Interiorismo de la preocupación en la mente
Cuando somos conscientes del riesgo potencial de algo, consideramos una serie de acciones medidas y racionales. Ingerimos alimentos sanos o eliminamos el uso de tecnologías al primer indicio de peligro. Sin embargo, estas acciones suelen contravenir la razón. Más aún, cuando nuestras acciones parecen despejar el riesgo, numerosas decisiones finalizan exponiéndonos a mayor peligro.
Investigadores de neurociencias, psicología, economía, marketing y otras disciplinas han producido una serie de descubrimientos sobre el porqué los seres humanos en ocasiones nos preocupamos más que lo que la evidencia indica, y en otras circunstancias menos de lo que la evidencia aconseja.
Se han identificado una serie de motivos por las que podemos sentirnos más o menos preocupados o temerosos, más de lo que la propia razón parecería indicar. Los seres humanos, inconscientemente sopesamos riesgos y beneficios de toda alternativa o curso de acción. Y si tomando una decisión particular el beneficio percibido es mínimo o inexistente, entonces el riesgo automáticamente se percibe mayor.
¿El maravilloso poder del razonamiento sería capaz de superar estos impedimentos instintivos para aclarar el pensamiento? Las neurociencias que estudian el temor dejan claro que esta esperanza es vana y exagerada. Investigaciones neurocientíficas sobre las raíces del temor demuestran que en la compleja interrelación de la lenta razón consciente y de la rápida emoción instintiva subconsciente, la arquitectura básica del cerebro hace que primero sintamos y en segundo lugar pensemos.
La parte del cerebro donde se registra la señal instintiva de “lucha o huye” es la amígdala, antes que los estímulos se procesen por las áreas del cerebro vinculadas al pensamiento. Por lo tanto, para nuestra respuesta al peligro potencial, la forma en que está estructurado y opera el cerebro asegura que estemos “equipados” para sentir más y pensar menos. La inter-conectividad del cerebro es tal que las conexiones desde el sistema emocional al sistema cognitivo son mayores que las conexiones desde el sistema cognitivo al sistema emocional.
Un comportamiento arriesgado al que se adscribe en forma voluntaria y que aparentemente produce una serie de beneficios (bronceado para mejorar el aspecto) parece menos peligroso. Un riesgo social, a producirse en el futuro, no activa la misma alarma instintiva, en parte debido a que el peligro no nos amenaza individualmente. Ello ayuda a explicar el porqué la preocupación sobre el cambio climático está muy extendida, pero resulta débil.
A pesar de que se produzcan errores ocasionales, nuestro sistema perceptivo del riesgo no es tan deficitario. Después de todo, nos ha traído hasta aquí a través de la evolución humana. Pero un sistema que se apoya tan fuertemente en instintos emocionales produce percepciones del riesgo que no cazan con la evidencia. Es la brecha perceptiva de riesgo, que puede convertirse en un riesgo en sí misma. Deberíamos atemorizarnos por los peligros del propio temor.
En esta era tan extraordinaria de descubrimientos del funcionamiento y operatividad del cerebro humano se ha documentado porqué se produce este gap. Por lo tanto, sería imprescindible poner en uso todo el detallado conocimiento sobre percepción del riesgo para hacer mínima la brecha y reducir peligros. Como sostiene el filósofo Italiano Nicola Abbagnano : “La razón es falible en sí misma, y esta falibilidad debe encontrar su lugar en nuestra lógica”.
Aceptar esta percepción del riesgo es no sólo un proceso de razonamiento puro, sino una combinación subjetiva de hechos y de cómo estos hechos impactan en los sentimientos. Podría ser el trayecto en la curva de aprendizaje humana necesario. A partir de allí, estaremos en condiciones de tomar mejores decisiones.
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